Saint-Malo es una población que, cual Ave Fénix, resurgió de sus cenizas tras los bombardeos que la destruyeron en su práctica totalidad en agosto de 1944, durante la Segunda Guerra Mundial. Después de una reconstrucción minuciosa, hoy en día sigue siendo un importante puerto pesquero, además de un gran centro turístico. Un paseo por sus murallas ofrece unas vistas estupendas de sus animadas calles y de las bonitas playas que la rodean. Además, tiene un vínculo histórico muy estrecho con Canadá gracias a uno de sus ciudadanos más célebres. Por todos estos motivos, una visita a Saint-Malo se hace prácticamente imprescindible en cualquier viaje a la Bretaña francesa. Comenzamos con la nuestra.
Una fragata corsaria da la bienvenida a Saint-Malo
Lo primero es encontrar un lugar donde aparcar. No nos complicamos la vida y dejamos el coche en uno de los parkings de pago que hay en el puerto, justo al lado del recinto amurallado de Saint-Malo. La Oficina de Turismo está allí mismo, así que aprovechamos para pedir un plano de la ciudad antes de lanzarnos a pasear por sus calles. Lo que primero nos ha llamado la atención al bajar del coche ha sido un bonito barco amarrado en el puerto. Se trata del Étoile du Roy. Es una réplica de una fragata corsaria de 1745 que, a modo de museo flotante, recrea la vida de los tripulantes de la embarcación. Aquí os dejamos en enlace a su página web por si os apetece subir a bordo. Nosotros nos saltamos la visita, aunque si viajáis con niños aficionados a las historias de piratas seguro que les gusta.
Una ciudad amurallada
Antiguamente el acceso principal a Saint-Malo era la Grand Porte, con sus dos grandes torres. Desde allí la Grand Rue conducía a la catedral, en el centro de la ciudad. Hoy en día el acceso principal lo constituye la Porte St-Vincent, más cercana a la Oficina de Turismo y al Ayuntamiento, situado en el antiguo castillo. No son las únicas entradas a Saint-Malo, hay varias repartidas aquí y allá a lo largo de la muralla, pero sí que son las más bonitas e importantes.
Os recomendamos comenzar la visita a Saint-Malo dando un paseo por el camino de ronda. Este recorrido por la muralla os permitirá contemplar las calles de la ciudad, las playas y los pequeños islotes accesibles con marea baja, como el de Grand-Bé. Junto a la Porte St-Vincent se encuentra uno de los accesos a las murallas. Unas escaleras de piedra nos conducen arriba, desde donde las vistas son excelentes.
Una lectura recomendada
Se nos hace difícil imaginar todo lo que vemos reducido a escombros, pero así es como quedó tras los bombardeos de 1944. Hemos visto imágenes históricas de Saint-Malo y es terrible pensar en lo que sucedió tras los gruesos muros de piedra por los que paseamos hoy. Para los aficionados a la lectura, os recomendamos la novela de Anthony Doerr «La luz que no puedes ver«, ganadora del Pulitzer en 2015.
Saint-Malo es el escenario principal del libro y la acción transcurre durante esa época, con la ocupación nazi de la ciudad y el bombardeo de los aliados que llevó a su liberación. Un libro ameno y fácil de leer, perfecto para poneros en situación antes de vuestro viaje.
Playas e islotes que explorar
Vamos avanzando por la muralla, de bastión en bastión. El lado oeste de Saint-Malo destaca por sus bonitas playas. A la altura del bastión Saint-Philippe un largo dique, llamado Môle des Noires, se adentra en el mar y ofrece unas vistas panorámicas excelentes de todo el conjunto urbano. Si la hora del día os acompaña y no tenéis el sol de frente como nos pasó a nosotros, merece la pena alargar el paseo hasta aquí.
Avanzamos un poco más hasta tener frente a nosotros dos islotes solamente visitables con la marea baja. La isla de Grand-Bé queda comunicada con tierra firme por el Passage des Bes. Además de ofrecer unas vistas fantásticas, los aficionados a la literatura pueden visitar la tumba de Chateaubriand, nacido en Saint-Malo y cuyos restos reposan aquí. Desde la isla de Grand-Bé se puede acceder a la de Petit-Bé. Un pequeño fuerte militar, abierto al público y diseñado por Vauban, se construyó en el siglo XVII. En su página web oficial tenéis resumida su interesante historia y encontraréis información sobre las tarifas de las visitas guiadas.
No es el único fuerte que guarda la costa de Saint-Malo. En otro islote, más cerca de la playa pero también accesible solo con marea baja, se alza el Fort National. También data del siglo XVII y aquí encontraréis toda la información práctica para organizar vuestra visita.
Saint-Malo y Québec: ¿qué tienen en común?
Desde la Place du Québec, junto a la Tour Bidouane, tendréis unas bonitas vistas del fuerte. Además, podréis visitar la Maison du Québec, que ofrece exposiciones y actividades relacionadas con esta provincia canadiense. ¿Y qué tendrá que ver Québec con Saint-Malo, os estaréis preguntando? Pues resulta que Jacques Cartier, el navegante que en 1535 «descubrió» Canadá, nació aquí. Fue el primero en explorar el golfo y el río de San Lorenzo y en adentrarse en tierras quebequenses.
Un paseo por las calles de Saint-Malo
Bajamos ya de la muralla para adentrarnos por las calles de Saint-Malo. Hay pequeños rincones interesantes, aunque la zona más animada se concentra en los alrededores de la catedral. Las calles están llenas de tiendas, restaurantes, pastelerías y heladerías. Vamos callejeando sin rumbo fijo, perdiéndonos en más de una ocasión, para terminar junto a la catedral de Saint-Vincent.
Su construcción se remonta al siglo XII, pero tanto su interior como su exterior tuvieron que ser restaurados tras los daños sufridos durante la Segunda Guerra Mundial. En su interior destacan las bonitas vidrieras, con sus reflejos multicolor, y la tumba de Jacques Cartier.
No nos vamos sin acercarnos al castillo, que alberga el Ayuntamiento y el museo de historia de la ciudad. Aunque no entramos a visitarlo, sí que nos paramos a admirar su bonito exterior, con la impresionante torre Quic-en-Groigne a la izquierda.
Ahora sí ponemos punto final a nuestra visita a Saint-Malo. Su trágica historia y la cuidada reconstrucción que se llevó a cabo tras la guerra hacen que merezca la pena acercarse a conocerla. Sin ser de lo más bonito de la Bretaña, sin duda tiene un encanto especial que nos deja un buen recuerdo.