Durante nuestro viaje por el Valle de Aosta quisimos descubrir no solo sus maravillosos paisajes alpinos, sino también su riqueza cultural. Para ello, nada mejor que visitar algunos de los pueblos más pintorescos que salpican el valle. No puede faltar una visita a Aosta, la preciosa capital de la región, sobre la cual podéis leer más en este otro post. Sobre los demás pueblos que tuvimos ocasión de conocer os contamos más a continuación. Algunos merecen más la pena que otros, pero todos tienen un encanto muy particular.
Sarre
La pequeña población de Sarre se encuentra a escasos 5 km de Aosta. Aunque Sarre no tiene mucho que ver, cuenta con un bonito castillo que en su momento fue propiedad del rey Vittorio Emanuele II.
Desde la carretera se alcanza a ver el campanario de la iglesia, de estilo románico. En el centro del pueblo quedan algunas casas antiguas, pero la mayoría son nuevas. Aunque se ha intentado respetar la arquitectura tradicional, lo cierto es que dudamos que Sarre pudiera atraer a muchos visitantes si no fuera por el castillo.
El castillo real de Sarre que se puede ver hoy en día es obra del barón de Sarre, que tomó la construcción mucho más primitiva que había en su lugar y la transformó en el magnífico edificio actual en el siglo XVIII. En 1869 Vittorio Emanuele II adquirió la propiedad y la convirtió en su residencia de caza en el Valle de Aosta. Aunque no entramos a ver el castillo por dentro, por lo visto en su interior abundan los trofeos de caza, principalmente íbices y rebecos.
Cogne
De todos los pueblos que visitamos en el Valle de Aosta, puede que Cogne sea nuestro preferido. Enclavado a 1500 metros de altitud en mitad del valle que lleva su nombre y a orillas del río Grand Eyvia, Cogne está rodeado por las montañas del Parque Nacional Gran Paradiso y por un entorno natural absolutamente maravilloso. Eso hace que también sea uno de los pueblos más turísticos de la zona, pero merece muchísimo la pena dedicar unas cuantas horas a pasear por sus calles y sus alrededores.
Junto al río hay una gran zona de aparcamiento en la que dejar el coche. Ya desde allí podemos contemplar la iglesia parroquial de Sant’Orso, con su bonito pórtico y un altar de madera dorada. Tras la visita a la iglesia, nos dedicamos a deambular por las calles de Cogne. Se ha sabido mantener la arquitectura tradicional del Valle de Aosta, como se puede ver por ejemplo en los preciosos balcones de madera rebosantes de flores.
A medida que nos adentramos en las calles del casco antiguo nos vamos encontrando con menos gente. Pasamos por el museo etnográfico Maison Gérard Dayné, pero lo encontramos cerrado. Muy cerca de allí está la pequeña capilla de Sonveulla. En otra calle nos sorprende un homenaje a los mineros de Cogne que se dedicaban a la extracción de oro. En esta zona abundan las minas, como por ejemplo la de magnetita que se puede visitar a bordo de un antiguo tren minero (aquí tenéis más información).
Aquí y allá vamos encontrando pequeñas tiendecitas que, además de los típicos souvenirs, venden también artesanía de calidad. Merece una mención especial el encaje de bolillos, uno de los símbolos de identidad de Cogne.
Terminamos nuestro paseo por el pueblo admirando las impresionantes vistas que se tienen desde los prados de Sant’Orso. Un inmenso prado se extiende a los pies de las montañas nevadas. Vamos siguiendo un camino de tierra que, entre flores y vacas, nos lleva hasta un hermoso arroyo.
No nos queremos marchar sin probar una deliciosa fonduta de queso Fontina, así que paramos en el restaurante Bar à Fromage y disfrutamos de unas vistas excepcionales mientras comemos en su terraza.
Pondel
La diminuta Pondel se localiza junto a la carretera SR47, que une las poblaciones de Aymavilles y Cogne. Hay que estar un poco atentos ya que es fácil pasar por alto el letrero que señaliza el desvío (aparece indicado como Pont d’Aël). A la entrada del pueblo hay una zona de aparcamiento y a pocos pasos de allí se encuentra la pequeña capilla de Saint-André.
Pondel cuenta con apenas un puñado de casas repartidas en un par de calles. Pero lo que hace que valga la pena visitarla es el acueducto romano que data del año 3 a.C. Construido sobre el pequeño arroyo Grand Eyvia, la verdad es que uno no espera encontrarse con semejante maravilla, y menos aún en tan buen estado de conservación.
Una de las peculiaridades de este acueducto es que consta de dos niveles. Uno se utilizaba para transportar el agua, mientras que otro era para el paso de personas y animales. Lo cierto es que adentrarse en el nivel inferior del acueducto es bastante impresionante, ya que el suelo de cristal permite contemplar la estructura interna de la construcción.
Valgrisenche
Valgrisenche es un pueblo muy pequeñito que se encuentra en el valle del mismo nombre. Aunque se encuentra fuera de los límites del Parque Nacional Gran Paradiso, su entorno natural es igual de espectacular. Inicialmente no entraba en nuestros planes acercarnos hasta aquí, pero al disponer de algo de tiempo libre nos animamos a visitarlo. La verdad es que no podríamos estar más contentos con nuestra decisión.
Lo primero que hacemos es acercarnos hasta el embalse de Beauregard, a las afueras del pueblo. De forma estrecha y alargada, el lago artificial se extiende a lo largo de 4 kilómetros. Desde el parking que hay junto a la presa se tienen unas vistas magníficas tanto del pueblo como de las montañas. Estamos a 1770 metros de altitud y muchas de las cumbres que tenemos frente a nosotros siguen cubiertas de nieve a pesar de estar en pleno verano. Por si os apetece estirar las piernas, hay un sendero que recorre todo el perímetro del lago.
Si se os hace la hora de comer mientras estáis en Valgrisenche, os recomendamos acercaros hasta el área de picnic Plan-Moulin. El acceso, bien señalizado desde la calle principal del pueblo, lleva hasta una zona preciosa, con un pequeño riachuelo, un área de juego para niños, baños públicos, mesas de picnic y barbacoas.
Dando un paseo por las dos calles del pueblo (ya hemos dicho que Valgrisenche es muy pequeño) nos encontramos una tienda perteneciente a la cooperativa Les Tisserands. Las mujeres de Valgrisenche llevan siglos tejiendo de forma totalmente artesanal el drap, una tela elaborada con lana de oveja. En esta tienda se pueden adquirir sus creaciones, además de poder contemplar como tejen en un telar. Los precios son elevados, pero teniendo en cuenta que todo se hace a mano y que la lana es de una gran calidad, es totalmente comprensible.
Junto a la iglesia de San Grato, totalmente reconstruida a finales del siglo XIX y con un campanario exento de piedra que se remonta al año 1392, se encuentra el pequeño cementerio de Valgrisenche. El interior de la iglesia nos sorprende bastante, ya que uno no espera encontrar un altar de mármol de Carrara en un pueblecito de montaña como este.
Fénis
El Valle de Aosta está lleno de castillos medievales, la mayoría de los cuales se pueden visitar. Uno de los más conocidos es el castillo de Fénis, situado en la población del mismo nombre. Aunque nos hubiera gustado visitar varios más (incluido el Forte di Bard, una impresionante fortaleza), nos terminamos decantando por este.
Su aspecto exterior es realmente impresionante, parece que nos hayamos trasladado en el tiempo directamente a la Edad Media. Perteneciente a la familia Challant, sus orígenes se remontan al siglo XII. En el interior, hay que destacar los frescos que decoran el patio central. En uno de ellos aparece San Jorge a caballo matando al dragón. No se conserva el mobiliario original, y los pocos muebles y enseres que hay en algunas habitaciones no se corresponden con el periodo histórico ni son diseños típicos del Valle de Aosta. La capilla del castillo también está decorada con numerosos frescos.
Sobre el pueblo de Fénis no hay mucho más que destacar. Podéis aprovechar para visitar el MAV, un museo de artesanía tradicional del Valle de Aosta. Está cerca del castillo y se puede adquirir una entrada combinada para ambos.
La Thuile
La Thuile, situada a más de 1400 metros de altitud, cuenta con una de las estaciones de esquí más importantes del Valle de Aosta. Atrás quedó la época en que La Thuile era un pueblo minero dedicado a la extracción del carbón, ya que en la actualidad el turismo es su principal fuente de ingresos. Del pequeño núcleo urbano no hay mucho que decir, ya que en su mayor parte está formado por edificios de apartamentos de nueva construcción. Lo más destacable es la iglesia de San Nicolás, que data del siglo XII aunque ha sido reconstruida posteriormente.
Lo mejor de La Thuile es sin duda su entorno natural. La carretera que lleva hasta allí, la SR26, cuenta con un tramo de curvas que puede ser todo un reto para aquellos que se marean yendo en coche. Pero merece la pena por lo espectacular que es el paisaje. En nuestro caso, la visita a La Thuile fue breve y la hicimos a la vuelta de la excursión que nos llevó hasta la impresionante Cascate del Rutor, de la que os hablamos detalladamente en este otro post.
Morgex
A tan solo 10 km de Courmayeur y a 26 km de Aosta se encuentra la bonita población de Morgex. Situada a orillas del río Dora Baltea y a casi 1000 metros de altitud, merece la pena dedicar un rato a pasear por sus tranquilas calles.
La Rue Valdigne es la calle principal de Morgex. Desde ella se puede contemplar la Tour de l’Archet, construida en el siglo X y de planta cuadrada. Tal era su importancia que en ella se alojaban los príncipes de Saboya cuando se desplazaban al valle para celebrar las audiencias generales.
También es en esta calle donde se encuentra la iglesia de Santa Maria Assunta, con un precioso campanario románico y un altar barroco. Bonitos edificios, tanto de madera como de piedra, flanquean la Rue Valdigne, en la que también se concentran la mayoría de comercios, bares y restaurantes de Morgex. Los aficionados al vino no debéis dejar de probar el que se elabora aquí, el Blanc de Morgex et de La Salle. En los alrededores de Morgex se encuentran los viñedos más altos de Europa, llegando incluso a los 1200 metros de altitud.
Morgex fue la última población que visitamos antes de decir adiós al Valle de Aosta y regresar a casa. Sin duda fue la guinda perfecta a un viaje estupendo.