Nuestro último día en París empieza bien temprano. Queremos exprimir al máximo estas últimas horas en la ciudad y aún nos queda mucho por ver. Hemos dejado pendiente para hoy la visita a uno de los monumentos más emblemáticos del mundo: la torre Eiffel. Eso sí, vamos a esperar a última hora de la tarde para poder verla iluminada. De momento vamos a empezar la mañana regresando al Museo del Louvre. Si en nuestro segundo día en París visitamos su pinacoteca y admiramos su exterior al caer la noche, hoy optamos por llegar a primera hora para comenzar desde allí nuestro itinerario de hoy.
Tranquilidad junto al Louvre a primera hora de la mañana
Cogemos la linea 7 del metro en la estación de Cadet y nos bajamos en la parada de Palais Royal – Musée du Louvre. Seguramente esta sea una de las paradas de metro más concurridas de la ciudad. Incluso a primera hora de la mañana el trajín de gente es continuo. Nada más salir a la calle nos topamos de frente con el Passage Richelieu, uno de los accesos al museo. A nuestro parecer es el más recomendable por la bonita perspectiva que ofrece de la famosa pirámide de cristal. Aunque esperamos pacientemente durante un buen rato a que no pase nadie para sacar una foto, resulta imposible.
En la plaza del Carrusel no hay mucha gente todavía, aunque la cola para entrar al museo va creciendo por momentos. Mucha gente cree que ir a primera hora de la mañana es una buena idea, pero nosotros lo desaconsejamos a no ser que dispongáis de varias horas que perder esperando de pie. Lo mejor es llevar las entradas compradas con antelación, pero si no es vuestro caso os recomendamos esperar hasta la tarde. Cuando ya no falta mucho para el cierre de las taquillas no suele haber casi nadie y os ahorraréis las colas y las esperas. Eso sí, dispondréis de menos tiempo para la visita al museo. Todo es cuestión de valorar y sopesar los pros y contras y de tener claro en qué queréis invertir vuestro tiempo en París.
El bonito Arco de Triunfo del Carrusel, de mármol rosa, se encuentra en el lado opuesto de la plaza. Construido por orden de Napoleón, este arco no debe ser confundido con el otro Arco de Triunfo, mucho más grande y famoso, ubicado en el extremo final de la avenida de los Campos Elíseos.
Un paseo por el Jardín de las Tullerías
Más allá de la plaza del Carrusel se extiende el Jardín de las Tullerías. En el siglo XVI formaba parte del ya desaparecido Palacio de las Tullerías y actualmente es un bonito jardín público. Las numerosas fuentes y estatuas le dan un aire muy señorial. No es difícil imaginar a la flor y nata de la alta sociedad parisina dando largos paseos por aquí, algo que por lo visto fue de lo más habitual durante en siglo XIX.
Atravesamos los jardines sin prisas, disfrutando del paseo. Nos sentamos en las sillas de hierro pintadas de color verde que se encuentran repartidas por todo el parque y descansamos un rato hasta que el frío nos anima a seguir caminando.
De la Plaza de la Concordia al Arco de Triunfo
Nos dirigimos hacia la Plaza de la Concordia, fácil de distinguir por el enorme obelisco egipcio que se alza en su centro. La recta e ininterrumpida avenida de los Campos Elíseos, que se inicia en esta plaza, nos permite contemplar a lo lejos el Arco de Triunfo, de unas dimensiones realmente imponentes. Será lo más cerca de él que estaremos ya que, muy a nuestro pesar, no disponemos del suficiente tiempo como para visitarlo con más detenimiento.
Tampoco vamos a poder visitar uno de los museos de arte más interesantes de París, el Musée de l’Orangerie. Se encuentra dentro de las Tullerías, en un pabellón construido para guardar los naranjos del jardín durante los fríos meses de invierno. Aquí se exponen algunas de las mejores obras impresionistas y postimpresionistas, destacando en particular Los nenúfares de Claude Monet. Tenéis toda la información sobre horarios de acceso y tarifas en la web del museo. También os puede interesar alguna de las exposiciones temporales en el Jeu de Paume. Este otro pabellón, también en las Tullerías, está dedicado a la fotografía. Os dejamos el enlace a su página web para consultar horarios y tarifas.
Una plaza muy concurrida
La Plaza de la Concordia nos recibe con un tráfico infernal. Coches y más coches circulan por aquí, rompiendo la paz que hemos disfrutado durante el paseo por los jardines. El obelisco, procedente del templo de Luxor, fue un ofrecimiento de Egipto y preside la plaza desde 1836. Desde aquí hay unas buenas vistas de la torre Eiffel, que destaca por encima de cualquier otra construcción de París.
Este hubiera sido el momento idóneo para acercarnos hasta el Museo de Orsay, en la otra orilla del Sena. Sin embargo, la enorme cantidad de gente esperando para entrar nos echa para atrás. Este es el museo que más nos interesaba ver de todos los que hay en la ciudad, pero no estamos dispuestos a perder el escaso tiempo del que disponemos haciendo cola. En la web del museo tenéis toda la información práctica necesaria para programar vuestra visita, así como la opción de comprar una entrada online para evitar que os pase lo mismo que a nosotros.
Grand Palais: una maravilla de hierro y cristal
Cambiamos la visita al Museo de Orsay por otra al Grand Palais. Hay una exposición temporal sobre Miró que nos interesa bastante y no queremos dejar de ver. La enorme estructura de hierro y cristal es una absoluta maravilla, pero no se puede visitar por dentro salvo en ocasiones excepcionales. Se construyó con motivo de la Exposición Universal de 1900 junto con el Petit Palais, que se encuentra justo enfrente. El Petit Palais alberga el Museo de Bellas Artes, además de un bonito jardín interior. Anexo al Grand Palais está el Palacio del Descubrimiento, un museo de la ciencia ideal para los interesados en el tema.
Nuestra siguiente visita se encuentra al otro lado del puente Alejandro III, el más bonito (y más ostentoso) de la ciudad. Es fácil de reconocer gracias a las esculturas doradas de sus dos extremos, así como a la elaborada ornamentación.
Les Invalides: una visita a la tumba de Napoleón
Una amplia avenida conecta directamente el puente con Les Invalides, un antiguo asilo militar construido por Luis XVI que constituye uno de los complejos monumentales más grandes de París. Concebido como hospital para los soldados enfermos y residencia para veteranos, hoy en día alberga varios museos. Destacan especialmente el Museo del Ejército y la tumba de Napoleón, localizada justo bajo la cúpula de la iglesia de Les Invalides. El Museo de Planos y Relieves, otro de los que hay aquí, os gustará si os interesan las maquetas; en caso contrario, os puede dejar algo indiferentes.
Torre Eiffel: una visita ineludible
Ahora sí, ha llegado el momento de visitar el monumento más famoso de París y, quizá, del mundo entero. La torre Eiffel nos espera y cogemos el metro hasta la plaza de Trocadero para disfrutar desde allí de unas vistas increíbles. El gentío que se reúne aquí puede llegar a resultar agobiante, pero de verdad que merece la pena.
Otro lugar muy recomendable por las vistas que ofrece de la torre Eiffel es el puente de Bir-Hakeim, a menos de un kilómetro de aquí. Desde este puente se accede a la larga y estrecha Isla de los Cisnes, en cuyo extremo final se encuentra una réplica de la Estatua de la Libertad de Nueva York.
La torre Eiffel de cerca
Desde la explanada de Trocadero bajamos dando un paseo por los jardines hasta el puente de Jena, por el que cruzamos el Sena y nos acercamos a la base de la torre. Las medidas de seguridad son tremendas, todos los alrededores están blindados ante el miedo a un posible atentado terrorista. Vista de cerca, la torre Eiffel impresiona más de lo que esperábamos. Con sus 324 metros de altura se convierte en el mirador perfecto desde el que descubrir París.
Su amplio horario de apertura permite visitarla a la hora que os vaya mejor. No obstante, os recomendamos esperar a última hora de la tarde para poder contemplar cómo anochece sobre la Ciudad de la Luz. La imagen de la torre Eiffel iluminada al caer la noche quedará para siempre en nuestro recuerdo.
Para acceder a la base de la torre hay que pasar por unos estrictos controles de seguridad, parecidos a los de cualquier aeropuerto. Las colas pueden ser muy largas, pero afortunadamente avanzan a buena velocidad. Tanto los que han comprado las entradas online como los que las van a comprar en las taquillas tienen que pasar estos controles, así que paciencia.
Desde su construcción para la Exposición Universal de 1889 ha pasado el tiempo suficiente como para olvidar la polémica que levantó en su momento la torre Eiffel. Esta gran obra de ingeniera fue toda una pionera en su época, pero es fácil entender la controversia que generó su intrincado diseño. Para algunos es un horror desde un punto de vista estético, pero pocos monumentos hay en el mundo que sean más icónicos que este.
Visitando la torre Eiffel
Para consultar los horarios y tarifas de acceso os dejamos el enlace a la web oficial de la torre. El precio varía dependiendo del nivel hasta el que queráis subir y si optáis por las escaleras o el ascensor. Nosotros optamos por subir en ascensor hasta la segunda planta. El acceso a la cima nos pareció excesivamente caro, la verdad sea dicha. Las vistas desde la segunda planta son fabulosas, así que creemos que no nos equivocamos con nuestra decisión. Eso sí, subir a la cima debe de ser mucho más espectacular.
En los distintos niveles de la torre hay varios restaurantes y tiendas, por si sentís la irrefrenable necesidad de gastar unos euros más. Para amortizar el elevado coste de la entrada es recomendable tomarse las cosas con calma y explorar a fondo cada rincón de la torre. Su estructura de hierro es realmente magnífica. Cada pieza de metal y cada remache llama nuestra atención. El mecanismo de funcionamiento de los ascensores es único y su construcción supuso todo un reto técnico.
Terminamos este post (y con él, nuestros cuatro días en París) con unas cuantas fotos más de la torre Eiffel. ¿Se os ocurre una despedida mejor?
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