Aunque técnicamente se encuentra en Normandía, su posición fronteriza con la Bretaña hace impensable visitar esta región y no acercarse a conocer el Mont Saint-Michel. Su reconocible silueta, sus muros cargados de historia y leyendas y un entorno natural modelado por unas brutales mareas hacen del Mont Saint-Michel uno de los lugares más conocidos del mundo.
Un monte que surge del mar
El Mont Saint-Michel se encuentra situado en la bahía del mismo nombre, junto a la desembocadura del río Couesnon. En esta bahía se dan las mareas más extremas de Francia, con hasta 14 metros de amplitud. Hasta hace pocos años este fenómeno natural determinaba el acceso al Mont Saint-Michel. Había que esperar a la marea baja para poder cruzar a este pequeño islote rocoso de algo menos de 1 km de diámetro.
Un gran proyecto finalizado en 2015 revirtió los cambios ocasionados al entorno natural del Mont Saint-Michel durante siglos de actividad humana. Se construyó un puente en sustitución del antiguo dique que lo unía a tierra firme. Además de minimizar su impacto en el ciclo natural de las mareas, el puente permite el acceso durante las 24 horas del día, salvo en el caso de una marea excepcional, un fenómeno que se da de forma muy puntual.
Un entorno de una belleza excepcional
La silueta del Mont Saint-Michel es inconfundible. Es visible desde la distancia, puesto que no hay obstáculos naturales en la gran planicie que la rodea. El verde de la vegetación se funde con el cielo azul y con el color plateado del mar y de los bancos de arena, dependiendo del estado de la marea. Nuestra visita coincidió con la marea baja, momento en el que los alrededores del Mont Saint-Michel se convierten en un enorme arenal que se extiende hasta donde alcanza la vista. Las vistas desde lo alto de la abadía son excepcionales y se puede aprovechar para rodear el islote a pie, siempre con cuidado de no acabar hundido en la arena y el fango hasta la rodilla.
Un aviso previo para evitar decepciones
Como no queremos que os llevéis un chasco una vez allí, lo primero que debéis tener en cuenta antes de vuestra visita al Mont Saint-Michel es que aquello parece un parque temático. Es uno de los monumentos más famosos del mundo, lo que atrae a varios millones de visitantes al año. Olvidaos de dar un paseo tranquilo por las calles del diminuto pueblo: habrá gente por todas partes, mucha gente. A la gran cantidad de visitantes se unen las pequeñas dimensiones de la isla, con calles muy estrechas y poco espacio en general. Puede resultar bastante agobiante, la verdad.
Lo mejor, como siempre en estos casos, es madrugar mucho o esperar a última hora de la tarde, cuando los autocares cargados de hordas de turistas aún no han llegado o se han marchado ya. Nuestra visita fue en plena pandemia por Covid-19, con todas las restricciones de viaje activadas, y el lugar estaba a rebosar. No queremos ni pensar lo que tiene que ser aquello en condiciones normales. Pero a pesar de todo, dudamos que el Mont Saint-Michel os pueda decepcionar. Ni todas las tiendas de souvenirs horteras ni todos los turistas ruidosos logran quitarle su encanto.
Preparando la visita al Mont Saint-Michel: información práctica
Para acceder al Mont Saint-Michel hay que pasar primero por La Caserne. Este gran complejo alberga hoteles, tiendas, restaurantes y una enorme zona de aparcamiento. Es imposible acceder en vehículo privado al islote. No queda más remedio que dejar el coche en el parking y pagar la tarifa correspondiente. En temporada alta (del 01/04 al 30/09) cuesta 14,20€ aparcar todo el día. En temporada baja el coste se reduce a 9,10€. Si os alojáis en alguno de los hoteles del Mont Saint-Michel (tanto en La Caserne como intramuros) consultad las condiciones al respecto.
En La Caserne también se encuentran la oficina de información turística y los baños públicos. Os darán un plano del Mont Saint-Michel y consejos para vuestra visita. Para entrar a la abadía es necesario reservar la franja horaria en la que queréis hacer la visita. En la oficina de turismo podéis hacerlo, pero es recomendable gestionarlo online con cierta antelación. Ya con las entradas a la abadía en mano (11,00€ por persona) toca elegir la forma de llegar al Mont Saint-Michel.
A pie, en bicicleta o en autobús: cómo llegar al Mont Saint-Michel
Como ya os hemos dicho, no se puede acceder el vehículo privado al islote. La mejor forma de llegar hasta allí es a pie. Desde la oficina de información turística se tarda entre 30 y 45 minutos, depende de vuestro ritmo y de si hacéis muchas paradas para hacer fotos. Es un paseo muy agradable y totalmente llano, pero sin una sola sombra a la vista. No os olvidéis el protector solar o llegaréis colorados como una gamba.
Para los días en que el tiempo no acompaña o para los que no quieren o no pueden caminar, hay unos autobuses lanzadera gratuitos que se cogen frente a la oficina de turismo y os dejan en la entrada al monte en unos 12 minutos. Estos autobuses (llamados Le Passeur) funcionan entre las 7:30 de la mañana y la medianoche. Fuera de este horario os tocará ir a pie.
También disponéis de la opción de alquilar una bicicleta y hacer el trayecto pedaleando. Sobre esta opción no tenemos más información porque no fue algo que nos planteáramos. Pero sin duda es muy popular, a la vista de la cantidad de gente en bici que vimos.
La Maringote: una opción con dilema ético
Hay otra opción de transporte hasta el Mont Saint-Michel. Se trata de un carromato tirado por dos caballos que tarda unos 20-25 minutos en realizar el trayecto. Los carros, llamados Maringotes, parten desde el centro de información turística, más o menos a la altura de los autobuses gratuitos. La tarifa por trayecto es de unos 6€ por persona (no recordamos el precio exacto). Mientras hacíamos el recorrido a pie vimos pasar varios de estos carros. Cada cual elige la opción que cree más conveniente, pero a nosotros no nos gusta la idea de emplear animales para realizar un trabajo para el que existen otras alternativas.
Cómo organizar el recorrido por el Mont Saint-Michel
El Mont Saint-Michel se distribuye en torno a dos partes bien diferenciadas. Por un lado está el diminuto pueblo, que se extiende a lo largo de la calle principal, la Grande Rue. Por otro lado está la impresionante abadía, situada en lo más alto del islote. Nuestro consejo es que empecéis la visita por la abadía y luego, una vez terminada, os dediquéis a pasear por el pueblo y las murallas a medida que vais bajando. Para llegar a la abadía hay que subir un montón de escalones y unas calles con una fuerte pendiente. Es sin duda un esfuerzo que merece la pena, pero puede resultar agotador.
El acceso al Mont Saint-Michel se hace a través de tres puertas fortificadas. La primera es la Porte de l’Avancée, que da acceso a un pequeño patio y a la segunda puerta, la Porte du Boulevard. Otro pequeño patio nos conduce a la auténtica entrada a la pequeña población, la Porte du Roy. Atravesamos el puente levadizo y ya estamos en la Grande Rue. Para no repetir el recorrido a la subida y a la bajada, nos desviamos por una serie de callejuelas que quedan a mano izquierda y que nos permiten disfrutar de una bonita perspectiva del pueblo cada vez que paramos a tomar aliento, porque las escaleras que hay que subir parecen no tener fin.
Una abadía única
Dada la peculiaridad del su enclave, la abadía del Mont Saint-Michel es única. Ha experimentado multitud de cambios a lo largo de los siglos hasta llegar a su aspecto actual. En el siglo X se edificó una iglesia en sustitución del pequeño santuario original dedicado al arcángel San Miguel. Una pequeña comunidad de monjes benedictinos se instaló aquí, aumentando en popularidad y convirtiéndose en uno de los puntos de peregrinación más importantes del mundo. El auge de peregrinos impulsó el desarrollo de la abadía del Mont Saint-Michel. En el siglo XIII se construyó el claustro y durante los siglos XV y XVI se fortificó todo el conjunto.
El Mont Sant-Michel entró en declive a partir del siglo XVI. Durante la Revolución Francesa la abadía fue declarada bien nacional y a principios del siglo XIX fue usada como prisión. Tantos años de dejadez acabaron con la abadía en un grave estado de deterioro. Afortunadamente, durante la segunda mitad del siglo XIX algunos intelectuales románticos (entre los que cabe destacar a Victor Hugo) pusieron en valor la importancia del Mont Saint-Michel durante la Edad Media. Se consiguió así que en 1874 se declarase monumento histórico, asegurando su restauración y consiguiendo que esta auténtica joya haya llegado hasta nuestros días. Incluso un pequeño grupo de monjes vuelve a habitar entre sus muros, como antiguamente. Que en 1979 fuera declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco supuso el empujoncito final para convertir el Mont Saint-Michel en el gran destino turístico que es hoy.
Una visita a la impresionante abadía del Mont Saint-Michel
La visita a la abadía no deja indiferente a nadie. Su grandiosidad es impresionante y las vistas que hay desde la terraza del oeste son increíbles. El acceso, a través de una escalinata llamada Grand-Degré, es solo un anticipo de lo que nos aguarda en el interior.
Además de visitar la iglesia abacial, se accede también al monasterio, conocido como La Merveille. No nos extraña este sobrenombre, porque es realmente una maravilla. Paseamos por el claustro, el refectorio, la Sala de los Huéspedes y la Sala de los Caballeros, entre otras estancias. A continuación os dejamos una pequeña galería fotográfica con una muestra de lo que podréis admirar durante vuestra visita.
Grande Rue: siguiendo los pasos de los peregrinos
Una vez terminada la visita a la abadía del Mont Saint-Michel toca pasear por el minúsculo pueblo que se extiende a sus pies. Empezamos accediendo a las murallas por la Tour du Nord. Recorremos un tramo mientras admiramos las increíbles vistas a la bahía. Observamos que hay mucha gente paseando por el arenal que queda accesible con la marea baja. Dentro de un rato haremos lo mismo, pero antes abandonamos la muralla y regresamos a la Grande Rue para recorrerla por completo.
Esta calle, estrecha y sinuosa, es el camino por el que los peregrinos accedían a la abadía. Nosotros la recorremos en sentido inverso, esquivando gente y más gente. Seguro que en la Edad Media este lugar transmitía la paz y serenidad que buscaban tanto los peregrinos como los monjes, algo absolutamente imposible de encontrar en la actualidad. Las casas de los siglos XV y XVI, con su entramado de madera, son preciosas. Ni siquiera las tiendas de recuerdos, restaurantes, creperías y heladerías que ocupan cada rincón disponible consiguen afear un conjunto medieval tan bonito y bien conservado.
Es el momento de hacer una parada para visitar la iglesia de Saint Pierre y el cementerio adyacente. También se puede visitar alguno de los museos del Mont Saint-Michel. Hay cuatro: el Museo Histórico, el Archéoscope, el Museo del Mar y la casa Tiphaine o casa de Bertrand du Guesclin. Nosotros no visitamos ninguno de ellos, básicamente por falta de tiempo, pero suponemos que son todos muy interesantes.
Rodeando el Mont Saint-Michel con la marea baja
Cuando hay marea baja es posible rodear por completo el Mont Saint-Michel. Incluso os podéis adentrar a pie por la bahía. Pero ojo, no os recomendamos hacerlo sin un guía. Aunque no lo parezca, cuando la marea sube el agua avanza a mucha velocidad, como la de una persona caminando a buen ritmo. Es fácil quedar rodeados por el agua si no se conocen bien los horarios de las mareas. Además, también hay que ir con cuidado con las arenas movedizas. No es que os vayan a tragar enteros como en las películas, pero sí que podéis acabar encallados en la arena.
Nosotros nos limitamos a rodear parcialmente el islote. El camino está bien apisonado por los miles de visitantes diarios, así que no hay peligro de ensuciarse los zapatos con el lodo. Las vistas son muy bonitas desde aquí abajo, con la muralla en primer plano y la abadía despuntando por encima de las casas del pueblo.
Antes de marcharnos nos acercamos también hasta la Tour Gabriel y la zona rocosa que hay detrás. Esta zona del islote es más abrupta y boscosa. Los más osados os podéis acercar hasta la diminuta capilla de Saint Aubert. Pero ojo, las rocas resbalan y lo que parece arena en realidad es barro. Vimos a una señora caerse de espaldas, así que cuidado.
La excusa perfecta para regresar al Mont Saint-Michel
Nos marchamos ya de este mágico lugar en dirección a Dinan, pero no sin que nos queden pendientes un par de cosas. Nos hubiera encantado poder ver el Mont Saint-Michel durante la marea alta, pero por horarios nos fue imposible. También nos quedamos con las ganas de verlo de noche, cuando todo se ilumina y las calles se vacían de gente. Dicen que siempre es bueno dejar algo pendiente y así tener un motivo para regresar. A nosotros no se nos ocurre una excusa mejor, ¿no os parece?